Cuando sufrimos el síndrome de validación externa y no podemos valorarnos a nosotros mismos, iniciamos una carrera desmedida, en la cual nos dejamos la piel, para que alguien vea y reconozca lo extraordinarios que somos y lo mucho que valemos, pues todo lo que somos y hacemos carece de valor para nosotros.
Para ser capaces de autovalidarnos, tiene que haber habido alguien primero que en nuestra infancia nos haya validado y reconocido que en nuestro interior existen cosas buenas. Si de pequeños, por las razones que sean, no nos sentimos suficientemente admirados, reconocidos, atendidos, o no respondieron a nuestra necesidad emocional más profunda: la de ser amados por lo que somos, es probable que lleguemos a la vida adulta con la sensación de que realmente no hay nada bueno dentro de nosotros para ofrecer al mundo. Desde esa carencia interior perseguimos intensamente el sentirnos amados y valorados de fuera hacia adentro: creemos genuinamente que habrá alguien o algo, allá afuera, que nos hará sentir bien con nosotros mismos, que nos reconocerá como personas imprescindibles y valiosas. Nos hemos convertido en necesitados de la aprobación externa.
Y así es como comenzamos la carrera para destacar, para “brillar”. Y si bien pensamos que la competencia para destacar es con los de afuera, la competencia real sucede en nuestro interior, donde tenemos una voz que nos dice que no somos lo suficientemente valiosos y probablemente hay algo que no hemos hecho todavía para que nos admiren.
Así que nos desvivimos para probar al mundo que somos los mejores amigos, hermanos, padres, hijos, empleados, jefes, los mejores estudiantes, los que más leen, los que más saben, los más solidarios, etc. Nos convertimos en personas extremadamente agradables, pero nuestra motivación real es la de que “alguien” nos reconozca, “alguien” nos necesite, “alguien” por fin vea todo lo que valemos. Es decir, “alguien” que nos haga sentir bien con nosotros mismos, sin darnos cuenta de que estamos usando al otro para satisfacer nuestra carencia infantil.
Y un día llega por fin esa validación externa, nos dicen que somos buenos, que somos suficientes, que lo que aportamos al mundo es valioso. Pero en nuestro interior, a causa de nuestras experiencias del pasado, no conectamos con nuestra esencia real y al oír las deseadas palabras lo agradecemos, a veces hasta lo recibimos. Sin embargo, si no nos hemos validado nosotros mismos, el sentimiento de ser reconocido por el otro tendrá la particularidad de no ser suficiente y resultar efímero. En nuestro interior escuchamos una voz que nos dice: “eso que dicen de ti tan maravilloso no es verdad.”
Además, cuando no nos sentimos suficientes en nuestro interior, sucede otro fenómeno: sentimos la extraña necesidad de confirmar allá afuera lo que pensamos de nosotros mismos. Así que es probable que nos encontremos persiguiendo personas no disponibles (al igual que vivimos con nuestros cuidadores primarios) con los que la aprobación nunca va a llegar. Estas relaciones perpetúan y recrean el escenario infantil, en el cual nos sentimos no queridos, no apreciados, no considerados, rechazados, etc, donde la fantasía esta vez sí será diferente: se van a dar cuenta de mi valor.