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Los atentados de Barcelona narrados por un becario

BARCELONA. Llegué a la redacción a las cinco, como era mi costumbre en aquellas prácticas de verano en el diario El Mundo. Se antojaba otra tarde apasionante de agosto en Barcelona, donde no quedaban ni los cuatro gatos que reza la expresión, las calles estaban vacías y reinaba un extraño silencio en la ciudad. No obstante, ese silencio se truncaba una vez se llegaba a las inmediaciones de la Plaza Cataluña, en pleno centro de Barcelona. El bullicio, las sandalias con calcetines blancos, con sus camisas de tirantes y sus cámaras de fotografías colgadas al cuello, no miento si les digo que esta apariencia del turista tan tópica era realmente así, se agolpaban entre Las Ramblas y alrededores.

Cinco minutos pasadas las cinco de la tarde encendí mi ordenador y una nueva trepidante media jornada estaba a punto de comenzar. Aquel día no tenía mucho que hacer, más allá de ofrecerme para cualquier cosa que necesitasen, el abc del becario, y actualizar la parrilla televisiva del día siguiente en la maqueta del diario en papel. El típico silencio se apoderó de la redacción, únicamente interrumpido por el sonido de los teclados a velocidad de crucero. Como digo, todo hacía indicar que sería una jornada normal, habitual, pero nada más lejos de la realidad. El sonido estridente de las sirenas bajando por el Paseo de Gracia comenzó a mezclarse con el tecleo de los ordenadores.

La primera pasó desapercibida, la segunda también e incluso la tercera. A partir de la cuarta algún periodista miró por la ventana, extrañado por la “inusual” afluencia de ambulancias y coches de policía en pleno agosto vacacional en Barcelona. La jefa de redacción recibió una llamada; un accidente en Las Ramblas, parece que ha pasado algo. Levantó la cabeza buscando al periodista encargado de la sección de sucesos, sin éxito, aún no había llegado. Fue entonces cuando decidió enviar al becario, para ver que estaba pasando. –Llámame en cuanto sepas que es lo que ha pasado- me dijo la jefa.